El Rey de gloria

Salmo 24

Algo que distingue a España de otros países del mundo es que tiene un rey. Esto no es nada nuevo para los españoles y para los conocedores de la historia universal, pero sí es sorprendente para algunos en el mundo hoy que piensan que las monarquías son cosa del pasado. No es hasta que se llevan a cabo eventos internacionales, como las olimpiadas, que estas personas descubren que hay países que todavía tienen reyes, y lo descubren porque los reyes suelen estar muy visibles y participativos en este tipo de eventos, animando a los deportistas de sus países. 

La familia real española es una de las más famosas e importantes en el mundo, y la presencia de la familia real en cualquier evento es imponente, pero ningún rey en la actualidad, ni siquiera el rey de España, tiene el poder que tenían los reyes del mundo en el pasado. La figura del rey es más simbólica que cualquier otra cosa. 

Es por eso, quizá, que nos cuesta entender ciertos pasajes de la Biblia que nos hablan de reyes, porque no tenemos categorías en nuestras mentes para un rey que tiene poder absoluto como tenían los reyes en el pasado. Quizá lo más cercano a un líder político de esas características hoy en día sería un dictador. Pero como sabemos, los dictadores suelen ejercer poder absoluto para su propio beneficio, sin importarles el bienestar de sus súbditos. Entonces, la idea de un líder con poder absoluto, no solo nos extraña si nunca lo hemos visto, sino también nos aterra si lo hemos experimentado.

Pero nuestra Salmo de hoy describe a un rey que no es como ningún líder del pasado o presente. Él no solo tiene poder absoluto, sino que es un buen rey. Es más, es un rey tan poderoso y bueno que se le llama ‘el Rey de gloria’ en nuestro Salmo de hoy. Mi objetivo en esta mañana es que conozcáis a este Rey. Pero no como un rey ficticio que es producto de la imaginación de algún escritor de la antigüedad, sino como un rey vivo que reina hoy, y con quién podemos relacionarnos. Él no solo es un rey entre muchos, él es el rey de reyes. El rey al que todos los reyes deben honor y gloria. 

Con eso en mente, hoy vamos a contestar dos preguntas que están interrelacionadas. La primera pregunta es ¿quién es el Rey de gloria? Y la segunda pregunta es, ¿cómo podemos relacionarnos con él?

1. ¿Quién es el Rey de gloria?

El Salmo 24 habla acerca del Rey de gloria. Esto lo vemos explícitamente en la tercera estrofa del Salmo que comienza en el versículo siete. Dice así,

“Alzad, oh puertas, vuestras cabezas,
Y alzaos vosotras, puertas eternas,
Y entrará el Rey de gloria.” (v. 7)

Aunque no encontramos el nombre ‘Rey de gloria’ hasta el versículo siete, ya vemos una descripción de este Rey en la primera estrofa. Él es el Rey de gloria porque él es glorioso. No hay otro como él. Entonces, ¿quién es el Rey…?

Él es Jehová, el Rey creador.

El Rey de gloria es Jehová, y él es glorioso porque él es el creador de todas las cosas, y como tal él tiene el dominio sobre todas las cosas. Esto es lo que vemos en la primera estrofa:

“De Jehová es la tierra y su plenitud;
El mundo, y los que en él habitan. (1)
Porque él la fundó sobre los mares,
Y la afirmó sobre los ríos.” (2) (vv. 1-2)

Todos sabemos instintivamente lo que significa tener dominio sobre algo. La RAE define ‘dominio’ como: El poder que alguien tiene de usar y disponer de lo suyo. Desde muy pequeños una de las primeras palabras que aprendemos es, “¡mío!” Pues Dios mira todo el mundo y declara “¡mío!” Y no porque él compró el mundo, sino porque él creó el mundo y lo que en él hay.1“No hay ni una sola molécula en este universo que esté suelta, totalmente libre de la soberanía de DIOS.” – R.C. Sproul 

Dice que él fundó la tierra sobre los mares, y la afirmó sobre los ríos. Ahora esto no significa que Dios puso la tierra sobre materia ya existente, sino que esto es lenguaje simbólico de cómo Dios creó un mundo ordenado y habitable.

«Dios mira todo el mundo y declara “¡mío!”»

Ahora, si Jehová es el Rey creador, y él tiene dominio sobre todas las cosas, eso significa que…

Él es el Rey sobre todas las naciones. 

Lo que distinguía a Jehová de todos los ‘dioses’ de las naciones paganas es que Jehová no era solo el Rey de Israel, sino el Rey de todas las naciones. Y él es el Rey sobre todas las naciones porque él es él creador de todas las cosas.

Él es a quién todas las naciones deben someterse.

Si Jehová es el Rey sobre todas las naciones, eso significa que todas las naciones deberían someterse a Su ley. Como creador él es quién hace las reglas para sus criaturas, y estas reglas no son arbitrarias, sino que son el reflejo de su carácter santo. Y vemos su ley moral en los diez mandamientos. No es opcional si vamos a obedecer su ley o no. Él es el Rey. 

Él es a quién todas las naciones deben rendir culto.  

No olvidemos que el Rey creador es Jehová. No solo le debemos obediencia, sino también adoración. Todas las naciones deberían adorar al Rey de gloria, el creador de todas las cosas, pero en lugar de hacer eso la Biblia dice que los hombres, “…cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.” (Romanos 1:25)

Amigos, ¿nos damos cuenta que vivimos en el mundo de Dios? Él es el Rey, no nosotros. ¿Somos conscientes de esa verdad? La verdadera prueba es cómo vivimos nuestras vidas. Si definimos la realidad a nuestra manera, no le conocemos como el Rey creador. Si no nos deleitamos en Su ley, no le conocemos como el Rey creador. Si no enfocamos nuestras vidas alrededor de él y sus propósitos, no le conocemos como el Rey creador. Si no le adoramos y glorificamos con nuestras vidas, no le conocemos con el Rey creador.

¿Quién es el Rey de gloria? Él es Jehová, el Rey creador. Pero no solo eso, él es Jehová, el Rey victorioso. 

Él es Jehová, el Rey victorioso.

El Salmo 24 está dividido en tres estrofas. La primera y última estrofa tienen que ver con el Rey de gloria y la segunda estrofa habla del pueblo del Rey y cómo podemos relacionarnos con el Rey de gloria. Por ese motivo, vamos a saltar la segunda estrofa por ahora, para seguir conociendo al Rey de gloria. Lo que la tercera estrofa nos enseña acerca del Rey de gloria es que él es Jehová, el Rey victorioso. Él es glorioso porque él es victorioso. 

“Alzad, oh puertas, vuestras cabezas,
Y alzaos vosotras, puertas eternas,
Y entrará el Rey de gloria. (7)
¿Quién es este Rey de gloria?
Jehová el fuerte y valiente,
Jehová el poderoso en batalla. (8)
Alzad, oh puertas, vuestras cabezas,
Y alzaos vosotras, puertas eternas,
Y entrará el Rey de gloria. (9)
¿Quién es este Rey de gloria?
Jehová de los ejércitos,
Él es el Rey de la gloria. Selah” (10) (vv. 7-10)

El lenguaje de esta estrofa es un poquito curioso. Primero porque habla de objetos inanimados como si fuesen personas, y segundo porque es algo repetitivo. Pero para entender esta estrofa tenemos que tener en cuenta que los Salmos son poesía y los Salmos fueron compuestos para la adoración del pueblo de Dios. 

El lenguaje es poético, pero, ¿qué describe? Describe las puertas de Jerusalén o del templo abriéndose para recibir a Jehová que vuelve a Jerusalén después de haber logrado una gran victoria. Esto seguramente es una descripción del arca del pacto. Cuando el pueblo de Israel iba a la batalla llevaban el arca con ellos como un símbolo de que Dios iba delante de ellos, luchando por ellos. Después de ganar la batalla, el ejercito volvía a Jerusalén llevando el arca. Seguramente David compuso este Salmo para que el pueblo tuviese palabras para celebrar la entrada del arca a Jerusalén. Quizá la primera vez que se usó este Salmo fue cuando David trajo el arca de Quiriat-jearim a Jerusalén. 

“Y subió David con todo Israel a Baala de Quiriat-jearim, que está en Judá, para pasar de allí el arca de Jehová Dios, que mora entre los querubines, sobre la cual su nombre es invocado.” (2 Crónicas 13:6)

La razón que decimos que el Rey de gloria es Jehová, el Rey victorioso, es por cómo la última estrofa describe al Rey de gloria: “Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla… (v. 8b) Jehová de los ejércitos. Él es el Rey de la gloria.” (v. 10b) Entonces, Jehová es el Rey victorioso y él lucha por su pueblo. Esta verdad tiene serias implicaciones para nosotros en esta mañana. 

Como creyentes, si Jehová es el Rey victorioso entonces no hay enemigo que pueda con él, y eso significa que no tenemos motivo de temer las circunstancias de nuestras vidas, ni lo que podría suceder mañana. Ya sabemos quién va a ganar al final.

Pero también significa que si no somos creyentes, Jehová el Rey victorioso no lucha por nosotros, sino contra nosotros. Y por eso la pregunta que nos vamos a hacer en esta mañana no solo es, ¿quién es el Rey de gloria?, sino también, ¿cómo podemos relacionarnos con él? Porque si Jehová es él Rey creador y victorioso, necesitamos saber cómo podemos tener una relación correcta con él y cómo podemos ser bendecidos por él. Y esto lo vemos en la segunda estrofa.

«Si no somos creyentes, Jehová el Rey victorioso no lucha por nosotros, sino contra nosotros.»

2. ¿Cómo podemos relacionarnos con él?

“¿Quién subirá al monte de Jehová?
¿Y quién estará en su lugar santo? (3)
El limpio de manos y puro de corazón;
El que no ha elevado su alma a cosas vanas,
Ni jurado con engaño. (4)
Él recibirá bendición de Jehová,
Y justicia del Dios de salvación. (5) 
Tal es la generación de los que le buscan,
De los que buscan tu rostro, oh Dios de Jacob. Selah” (6) (vv. 3-6)

Esta estrofa, al igual que la última estrofa que vimos, tiene un patrón de preguntas y respuestas, lo cual indica que seguramente este Salmo se usaba en la liturgia del pueblo de Dios.

Esta estrofa responde a la pregunta, ¿cómo podemos relacionarnos con el Rey de gloria? ¿Cómo podemos entrar en su presencia y ser bendecidos por él? La respuesta que nos da esta estrofa es la siguiente: Debemos buscar a Jehová.

“Tal es la generación de los que le buscan,
De los que buscan tu rostro, oh Dios de Jacob. Selah” (6) (v. 6)

¿Qué significa ‘buscar a Jehová’ en este contexto? Se refiere a vivir nuestras vidas en conformidad con su ley, y eso significa ser inocentes de toda maldad (manos limpias) y tener corazones genuinos y sinceros ante Dios (corazón puro).

“¿Quién subirá al monte de Jehová?
¿Y quién estará en su lugar santo? (3)
El limpio de manos y puro de corazón…” (4a) (vv. 3-4a)

Un ejemplo específico de esto es la idolatría o mentira:

“…El que no ha elevado su alma a cosas vanas [a la falsedad],
Ni jurado con engaño.” (v. 4b)

Y es solo este tipo de persona que recibirá bendición y justicia del Rey. 

“Él recibirá bendición de Jehová,
Y justicia del Dios de salvación.” (v. 5)

Entonces, lo que Dios demanda de nosotros para poder relacionarnos con él es SANTIDAD, y Dios demanda todo esto de nosotros porque él es santo.

“Habla a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles: Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios.” (Levítico 19:2)

Ahora, si lo que Dios demanda de nosotros es santidad, ¿quién puede relacionarse con él y ser bendecido por él? ¿Quién puede entrar en su presencia? Aparte de la gracia de Dios, nadie. Porque nadie es santo como Dios es santo. 

“Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres,
Para ver si había algún entendido,
Que buscara a Dios. (2) 
Todos se desviaron, a una se han corrompido;
No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.” (3) (Salmo 14:2-3)

Pero Dios ya sabía la condición pecaminosa y rebelde del hombre e hizo provisión para su pueblo. Me gusta lo que dijo un comentarista, “Aquí [en la segunda estrofa] no vemos una declaración de inocencia llena de justicia propia, sino un solemne reconocimiento de dependencia en la misericordiosa gracia de Dios. El que no tenía manos limpias o un corazón puro podía restaurar su relación con Dios por medio del sincero arrepentimiento y el ofrecimiento de sacrificios expiatorios.”2Longman, Tremper. Psalms: 15-16 (Tyndale Old Testament Commentaries) (p. 140). InterVarsity Press. Kindle Edition.

Pero estos sacrificios eran solo temporales. Se necesitaba un sacrificio que quitaría por completo la culpa del pecador para gozar de la presencia de Dios para siempre. Se necesitaba el sacrificio perfecto de Cristo.

“El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” (Juan 1:29)

Pero, ¿cómo nos quita el pecado Jesús? Como nuestro cordero sustituto y como nuestro sumo sacerdote. Como nuestro cordero sustituto, él murió en nuestro lugar. Y siendo que él es el Dios hombre, su sacrificio fue adecuado y suficiente para satisfacer las justas demandas de Dios hacia nosotros. Él, a diferencia de nosotros, fue perfectamente limpio de manos y puro de corazón, y él fue “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:8b) Entonces él es nuestro cordero perfecto. 

Pero también él es nuestro sumo sacerdote. El sumo sacerdote en el Antiguo Testamento no solo sacrificaba un macho cabrío para todo el pueblo en el día de expiación, una vez al año, sino que entraba en el lugar santísimo y rociaba la sangre del animal sobre el propiciatorio para aplicar el sacrificio al pueblo. Pues Cristo, como nuestro sumo sacerdote, después de ofrecerse a sí mismo como el sacrificio perfecto, presentó su sangre preciosa, no en el propiciatorio en el lugar santísimo del templo, sino en el cielo, y para siempre él aplica su sacrificio ante Dios a todo aquel que se ha arrepentido y puesto su fe en él.

“Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; (24) y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. (25) De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado.” (26) (Hebreos 9:24-26)

Hermanos, ¿cuál es la conexión entre la segunda estrofa y la tercera estrofa? ¿Cuál es la conexión entre la imagen del pueblo subiendo al templo sabiendo que solo los limpios de manos y puros de corazón pueden entrar en la presencia de Dios, y el Rey de gloria entrando a Jerusalén después de haber logrado una gran victoria para su pueblo? La conexión es esta: Es la victoria del Rey de gloria que nos hace aptos para entrar en la presencia de Dios y de ser partícipes de todas las bendiciones de Dios. Y, ¿quién es el Rey de gloria? Amigos, el Rey de gloria es Cristo.

«Es la victoria del Rey de gloria que nos hace aptos para entrar en la presencia de Dios y de ser partícipes de todas las bendiciones de Dios.»

El famoso compositor, George Frederic Handel, incorporó el Salmo 24 en su obra maestra, ‘El Mesías’, que se suele interpretar durante la Navidad. En la segunda parte de su obra que tiene que ver con la pasión de Cristo, él incluyó una canción cuyas letras son las letras de la tercera estrofa del Salmo 24. 

Y, ¿sabéis a qué parte de la obra de Cristo Handel atribuyó esta estrofa? A su ascensión. Y Handel no es el único que interpreta la tercera estrofa del Salmo 24 de esta manera. Muchos comentaristas a lo largo de la historia de la iglesia lo han interpretado así. Cristo, el Rey de gloria, ganó la victoria por nosotros en su vida, muerte y resurrección, y entró en el cielo como el Rey victorioso y está sentado a la diestra del Padre. 

Esto hace que veamos la tercera estrofa de nuestro Salmo de forma diferente: 

“Alzad, oh puertas, vuestras cabezas,
Y alzaos vosotras, puertas eternas,
Y entrará el Rey de gloria.” (v. 7)

Aquí vemos a Cristo, el Rey resucitado, entrando por las puertas del cielo, siendo recibido por los ángeles del cielo, habiendo completado por nosotros la redención. Y abriendo las puertas del cielo, de par en par, para que nosotros tuviésemos acceso a Dios. Hermanos, esto lo vemos en Hebreos 1:1-3:

“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, (1) en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; [El Rey creador] (2) el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.” [El Rey victorioso] (3) (Hebreos 1:1-3)

¿Quién es el Rey de gloria? Él es Jehová, el Rey creador y victorioso. ¿Cómo podemos relacionarnos con él? Solo por medio de Cristo, quien ganó la victoria por nosotros en su vida, muerte y resurrección, haciéndonos aptos para entrar en la presencia de Dios. 

«Aquí vemos a Cristo, el Rey resucitado, entrando por las puertas del cielo, siendo recibido por los ángeles del cielo, habiendo completado por nosotros la redención.»

Hermanos, cuando yo estaba meditando en el Salmo 24 había una verdad, adicional a lo que ya hemos visto, que quería expresaros. Si termino aquí y no os digo esta verdad, creo que podríamos ignorar un aspecto muy importante de este Salmo y es este:

Que aunque nosotros descansamos plenamente en la obra de Cristo para tener acceso a Dios, y aunque ninguno de nosotros somos realmente limpios por fuera y puros por dentro, y aunque ninguno de nosotros podemos ganarnos el cielo—Cristo lo ganó por nosotros en su victoria—no nos olvidemos que Dios nos sigue llamando a ser santos. 

Es importante que no olvidemos que el propósito del sacrificio de Cristo no solo fue para perdonar nuestros pecados, sino para hacernos santos. Por eso citamos todos juntos hoy el artículo número 10 de nuestra confesión de fe, sobre la santificación, para recordar esta verdad bíblica. 

Ahora, la santificación no es la base de nuestro acceso a Dios. Nuestra obediencia a Dios nunca puede ser la base de nuestro acceso a Dios, pero sí es uno de los frutos preciosos de la obra de Cristo. Dios, en Cristo, no solo nos perdona nuestros pecados, sino que Dios por el Espíritu Santo nos conforma a la imagen de Cristo para que un día seamos, con nuestros cuerpos glorificados, completamente santificados en Cristo. Hermanos, gloriémonos en el sacrificio de Cristo en la cruz, pero también no olvidemos que Dios todavía nos llama a nosotros a ser santos.

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