Si eres padre entiendes las alegrías y los desafíos de criar hijos en sus diferentes etapas de desarrollo. Cuando son bebés son preciosos y tiernos, pero no son muy buenos comunicando lo que quieren. Especialmente si eres padre primerizo, uno de los desafíos más grandes que tienes es discernir lo que quieren tus bebés cuando lloran. Si el pañal está lleno, entonces es fácil. Si tienen hambre, les das su leche y listo. Pero si haces todo eso y siguen llorando, ¿qué haces? Te preocupas.
Una vez que crecen un poquito más, se saben algunas palabras, pero a veces se ponen a gritar o llorar, y por su vocabulario limitado tampoco saben cómo comunicarte lo que quieren. Y no os creáis que la cosa se vuelve más fácil cuando llegan a la adolescencia. No es inusual que un adolescente esté malhumorado o triste, y que no pueda decirte por qué. En todas estas etapas, como padres, hay una pregunta que repetimos una y otra vez, y la pregunta es esta: “¿qué quieres?”
Saber lo que quieren tus hijos es importante para cuidar de ellos, pero nada es más importante que saber lo que quiere Dios. Y la razón es porque él es nuestro creador y juez.
Hay quienes saben lo que quiere Dios, y están en rebeldía activa en contra de él. Hay quienes no saben lo que quiere Dios, y no parece preocuparles mucho el tema. Todo eso es lamentable, pero lo más triste es que hay quienes piensan que están haciendo lo que quiere Dios y en realidad están haciendo todo lo opuesto.
Ese era el caso de Israel en nuestro pasaje de hoy. Estaban tan alejados de Dios que aunque eran el pueblo de Dios, ya ni siquiera sabían lo que Dios quería. El profeta Amós lo expresó de esta manera en el capítulo tres, “¡No saben hacer lo recto..!” (Amós 3:10) Pensaban que estaban bien con Dios cuando en realidad, el juicio definitivo de Dios sobre ellos era inminente.
A la luz de ese juicio seguro, Dios en su gracia les comunica claramente lo que quiere, y no es lo que ellos piensan. Si alguna vez has querido saber lo que quiere Dios, este mensaje es para ti. Y si nunca te has hecho esa pregunta, pues este mensaje también es para ti. Porque el hacer o no hacer lo que Dios quiere tiene serias consecuencias para ti, creas o no en Dios, te importe o no el tema.
Por eso en el sermón de hoy vamos a contestar a tres preguntas acerca de lo que quiere Dios. 1. ¿Qué quiere Dios? 2. ¿Cómo podemos hacer lo que Dios quiere? 3. ¿Qué sucede si no hacemos lo que él quiere?
1. ¿Qué quiere Dios?
Después de la pregunta, “quién es Dios” seguramente “qué quiere Dios” es la más importante. Si sabemos que él es el creador, y conocemos sus atributos, ¿cómo no podemos querer conocer su voluntad revelada? Como dice Deuteronomio 29:29, “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley.”
Pues por muy importante que sea la pregunta, “qué quiere Dios”, Israel no se estaba haciendo esa pregunta, y la razón es porque pensaban que ya estaban haciendo lo que Dios quería. ¿Y cómo lo sabemos? Porque Israel pensaba que estaba bien con Dios y que Jehová luchaba por ellos. Esto lo vemos en la expectativa que tenían del día del Señor.
“¡Ay de los que desean el día de Jehová! ¿Para qué queréis este día de Jehová?…” (v. 18a)
La frase ‘el día de Jehová/del Señor’ se encuentra en varios de los libros proféticos. ¿Y qué significa? El ‘día del Señor’ no se refiere a un día de 24 horas. Se refiere a la actividad especial de Dios mediante la cual Dios interviene en la historia de la humanidad para salvar (luz) o juzgar (tinieblas). Un gran ejemplo del día del Señor en el Antiguo Testamento es el éxodo de Egipto. En esa ocasión, Jehová actuó poderosamente para salvar a su pueblo.
Israel estaba tan cegado a su verdadera condición espiritual que consideraba que si Dios intervenía de gran manera otra vez, sería para salvarles. En otras palabras, consideraban que el día del Señor sería luz. Y no solo tenían la expectativa de que el día del Señor sería luz, sino que anhelaban el día del Señor. Pero Amós tiene un mensaje para ellos: “el día del Señor no será como vosotros esperáis.”
“¡Ay de los que desean el día de Jehová! ¿Para qué queréis este día de Jehová? Será de tinieblas, y no de luz; (18) como el que huye de delante del león, y se encuentra con el oso; o como si entrare en casa y apoyare su mano en la pared, y le muerde una culebra. (19) ¿No será el día de Jehová tinieblas, y no luz; oscuridad, que no tiene resplandor?” (20) (vv. 18-20)
¿Pero por qué estaban tan confiados de que el día de Jehová sería un día de luz para ellos? Porque pensaban que estaban haciendo lo que Dios quería. Estaban tan seguros de que estaban haciendo lo que Dios quería, que ni siquiera se hacían la pregunta, ¿qué quiere Dios? Pero las palabras de Amós (“…será de tinieblas, y no de luz.”) demuestran que Israel no estaba haciendo lo que Dios quería. Y eso nos lleva a nuestra pregunta principal de hoy, ¿qué quiere Dios?
• Dios no quiere ritos exteriores vacíos.
Antes de decirles lo que quiere que hagan, Jehová tiene que decirles que no quiere que hagan lo que ya están haciendo. ¿Y qué estaba haciendo Israel? Llevando a cabo ritos exteriores vacíos. ¿Dónde vemos esto?
“Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré en vuestras asambleas. (21) Y si me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no los recibiré, ni miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales engordados. (22) Quita de mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos.” (23) (vv. 21-23)
Amigos, es posible pensar que estamos haciendo lo que Dios quiere y estar muy lejos de la voluntad de Dios. Una de las maneras más comunes que caemos en este error, es enfocándonos en los ritos exteriores que Dios nos manda hacer, y no en lo que somos por dentro.
Y la razón que es muy fácil caer en este error, es porque estamos haciendo lo que Dios quiere en parte. Todo lo que Jehová aborrecía que estaba haciendo Israel, era parte de lo que Dios les había mandado hacer. El problema era que sus corazones estaban corrompidos, y por lo tanto sus ritos exteriores carecían de valor y significado. Como dijo Jesús, “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: (7)
Este pueblo de labios me honra;
Mas su corazón está lejos de mí. (8)
pues en vano me honran…” (9a) (Mateo 15:7-9a)
Hacer lo que Dios quiere exteriormente, sin que nuestro corazón lo acompañe, es no hacer lo que Dios quiere.
Por ejemplo, cuando le pedimos a nuestros hijos hacer algo, y lo hacen, pero sin la motivación correcta, ¿están haciendo realmente lo que pedimos?
¿Qué quiere Dios? No quiere ritos exteriores vacíos.
• Dios quiere verdadera adoración.
Nuestro pasaje de hoy no dice explícitamente que Dios quiere verdadera adoración, pero es imposible leer este pasaje sin llegar a esa conclusión. ¿Por qué? Por dos razones. Primero, porque si hay una manera errónea de adorar a Dios, hay una manera correcta. Jehová rechaza la errónea, por implicación quiere la correcta. Entonces, hay una manera correcta, que agrada a Dios, de ofrecer sacrificios y cantar alabanzas.
Segundo, porque cuando Jehová da su razón por juzgar a Israel en nuestro pasaje, la razón que da es el pecado de idolatría. ¿Y qué es la idolatría? Adorar a dioses falsos. El primer mandamiento dice, “No tendrás dioses ajenos delante de mí.” (Éxodo 20:3) Si lo que Dios no quiere es la idolatría; lo que quiere es la verdadera adoración. ¿Dónde vemos que Dios expone la idolatría de Israel?
“¿Me ofrecisteis sacrificios y ofrendas en el desierto en cuarenta años, oh casa de Israel? (25) Antes bien, llevabais el tabernáculo de vuestro Moloc y Quiún, ídolos vuestros, la estrella de vuestros dioses que os hicisteis.” (26) (vv. 25-26)
Aquí lo que hace Dios, por medio de Amós, es mostrar el paralelismo entre Israel en el pasado e Israel en el presente. Israel en el desierto había ofrecido sacrificios y ofrendas, pero no les había valido de nada porque eran idólatras. De la misma manera, Israel en el tiempo de Amós, estaba ofreciendo sacrificios y ofrendas, pero no les valía de nada porque eran idólatras.
Esteban hace un comentario muy interesante de estos versículos:
“Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y que recibió palabras de vida que darnos; (38) al cual nuestros padres no quisieron obedecer, sino que le desecharon, y en sus corazones se volvieron a Egipto, (39) cuando dijeron a Aarón: Haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido. (40) Entonces hicieron un becerro, y ofrecieron sacrificio al ídolo, y en las obras de sus manos se regocijaron. (41) Y Dios se apartó, y los entregó a que rindiesen culto al ejército del cielo; como está escrito en el libro de los profetas:
¿Acaso me ofrecisteis víctimas y sacrificios
En el desierto por cuarenta años, casa de Israel? (42)
Antes bien llevasteis el tabernáculo de Moloc,
Y la estrella de vuestro dios Renfán,
Figuras que os hicisteis para adorarlas…” (43a) (Hechos 7:38-43a)
Entonces la pregunta retórica del versículo 25 (“¿Me ofrecisteis sacrificios y ofrendas en el desierto en cuarenta años…?”) tiene una respuesta y es NO. Aunque Israel en el desierto técnicamente ofreció sacrificios y ofrendas, no las ofrecieron realmente a Dios, sino a dioses falsos, porque eran idólatras, y lo mismo se puede decir de Israel en el tiempo de Amós. La única solución sería verdadera adoración, porque eso es lo que quiere Dios.
¿Y qué significa adorar a Dios? El autor Donald Whitney nos da una definición útil: “La adoración es enfocarnos en Dios y responder a él.”
Me gusta esta definición porque nos recuerda que la adoración tiene dos aspectos esenciales. Sin estos dos aspectos, no existe la verdadera adoración. Los dos aspectos son el aspecto interno y el aspecto externo. El aspecto interno tiene que ver con la primera parte de la definición de Whitney (‘enfocarnos en Dios’). Para ‘enfocarnos en Dios’ debemos conocerle y valorarle por quién es en realidad. El aspecto externo corresponde con la última parte de la definición, ‘responder a él.’ Y esto es cómo respondemos exteriormente a Dios, en base a quién es él en realidad.
Entonces, si tenemos el aspecto interno, el aspecto externo fluirá naturalmente. Pero si solo tenemos el aspecto externo, entonces no tenemos verdadera adoración. Solo tenemos ritos exteriores vacíos. Y si no tenemos el aspecto interno (estimar a Dios sobre todas las cosas), entonces algo o alguien más ha tomado el lugar de Dios en nuestras vidas (idolatría), y eso hace que nuestros ritos exteriores no solo sean falsa adoración, sino una abominación a Dios.
Si estás aquí o viendo este sermón por internet y no eres creyente, quizá cuando piensas en el cristianismo, solo puedes imaginarte a personas llevando a cabo ciertos ritos exteriores, y puede que pienses que en eso consiste el cristianismo. Pues en esta mañana lo que quiero que sepas es que aunque la Biblia prescribe ciertos ritos, como el canto congregacional y la Cena del Señor, ninguna de estas cosas por sí mismas agradan a Dios o definen el cristianismo. Lo que define al cristianismo es un cambio de corazón que hace que amemos y valoremos a Dios sobre todas las cosas. Los ritos exteriores que ves son una respuesta apropiada a lo que sabemos, creemos, y valoramos acerca de Dios interiormente. O por lo menos debería ser así.
Amigos, lo que Dios quiere es verdadera adoración. Pero él no requiere adoración porque es un Dios inseguro que no puede tolerar que se estime cualquier cosa sobre él. Él requiere adoración porque él es el único que realmente merece esa adoración. [¿Qué quiere Dios? No quiere ritos exteriores vacíos, más bien quiere verdadera adoración] Pero eso no es todo.
• Dios quiere obediencia: Juicio y justicia
Hay dos pasajes en el AT que explican este punto muy bien:
“Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Añadid vuestros holocaustos sobre vuestros sacrificios, y comed la carne. (21) Porque no hablé yo con vuestros padres, ni nada les mandé acerca de holocaustos y de víctimas el día que los saqué de la tierra de Egipto. (22) Mas esto les mandé, diciendo: Escuchad mi voz, y seré a vosotros por Dios, y vosotros me seréis por pueblo; y andad en todo camino que os mande, para que os vaya bien.” (23) (Jeremías 7:21-23)
“Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. (22) Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey.” (23) (1 Samuel 15:22-23)
En el caso de Israel había algo muy específico que Dios demandaba de ellos. Lo que Dios quería de ellos no era sacrificios. Lo que Dios quería de ellos era que hicieran juicio y justicia. ¿Dónde vemos esto?
“Quita de mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos. (23) Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo.” (24) (vv. 23-24)
Puede parecer muy repetitivo este tema en Amós, y la razón es porque lo es. ¿Pero por qué es tan repetitivo? Porque a Dios le importa la justicia. Dios es justo. No solo eso, él es el estándar de justicia. Él quiere que su pueblo refleje su carácter. La falta de justicia es una grave ofensa en contra de Dios. Esto tiene todo tipo de aplicaciones en nuestros trabajos, nuestros hogares y en la iglesia. La justicia debe caracterizar al pueblo de Dios.
Pero si queremos obedecer a Dios y practicar la justicia, necesitamos entender primero por qué somos injustos con otros. No actuamos justamente con nuestro prójimo, porque no conocemos a Dios como deberíamos. Si conociéramos a Dios, actuaríamos justamente con nuestro prójimo. De esta manera, la adoración y la justicia están conectadas. ¿Por qué Israel no practicaba justicia? Por qué no adoraban a Dios verdaderamente. ¿Por qué no amaban a su prójimo? Porque no amaban a Dios. Y esto nos lleva a mi argumento principal en este mañana. ¿Qué quiere Dios? Dios quiere que seamos verdaderos adoradores que hacen justicia.
Pero si esto es lo que Dios quiere, la pregunta inevitable es esta: ¿cómo podemos hacer lo que Dios quiere?
2. ¿Cómo podemos hacer lo que Dios quiere?
Nuestro pasaje nos presenta un problema: ¡Dios quiere que seamos verdaderos adoradores que hacen justicia, y eso es imposible! Si Dios simplemente nos pidiera ritos exteriores, lo podríamos hacer. Si Dios simplemente nos pidiera que fuéramos justos en nuestra práctica con otros, lo podríamos hacer. Es más, el mundo está lleno de religiones que exigen precisamente eso. Pero el Dios revelado en las Escrituras pide más. Pide lo imposible. Dios pide que seamos verdaderos adoradores que hacen justicia. ¿Cómo podemos hacer eso? La respuesta que nos da la Biblia es por medio del evangelio y por medio de la ley. Y el orden aquí es importante. [¿Cómo podemos hacer lo que Dios quiere?]
• Por medio del evangelio.
El evangelio es la buena nueva de lo que Dios hizo en Cristo para solucionar nuestro problema principal: somos idólatras injustos. No adoramos a Dios verdaderamente y no practicamos justicia como Dios quiere. Y esto hace que estemos bajo la condenación de Dios. Entonces, ¿cómo soluciona nuestro problema el evangelio? Por medio del evangelio, cuando nos arrepentimos y confiamos en la obra de Cristo…
– Somos librados de la condenación.
¡Cristo vino para morir por idólatras injustos como tú y como yo! En la cruz, Cristo llevó nuestra maldición y nos libró de ella:
“Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas… (10) Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero).” (13) (Gálatas 3:10, 13)
Pero por medio del evangelio, cuando nos arrepentimos y confiamos en la obra de Cristo, no solo somos librados de la condenación, sino que…
– Somos convertidos en verdaderos adoradores.
Por causa del nuevo nacimiento, nuestros afectos son transformados, y somos convertidos en verdaderos adoradores.
“Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. (7) Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo. (8) (Filipenses 3:7-8)
Pero eso no es todo. Cuando nos arrepentimos y confiamos en la obra de Cristo, no solo somos librados de la condenación, y no solo somos convertidos en verdaderos adoradores, sino que…
– Somos conformados a la imagen de Cristo.
Cuando nacemos de nuevo, nuestra transformación radical comienza, pero no termina ahí. Por medio de la santificación, somos transformados progresivamente a la imagen de Cristo, y esa transformación inevitablemente y definitivamente se va a completar:
“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.” (Romanos 8:29)
¿Y cómo es Cristo? Él es justo. Y como él es justo, nosotros también en unión con él, por el Espíritu, somos cada vez más justos en nuestro trato con otros seres humanos, creados a la imagen de Dios. Como podéis ver, el evangelio soluciona nuestro problema convirtiéndonos en verdaderos adoradores que hacen justicia. Pero no solo necesitamos el evangelio, necesitamos también la ley. [¿Cómo podemos hacer lo que Dios quiere? Por medio del evangelio.]
• Por medio de la Ley.
Como creyentes, es fácil malentender cómo se relacionan la ley y el evangelio. Lo que es claro es que ambos son necesarios y ambos se complementan y se relacionan entre sí. Nuestra confesión de fe explica muy bien la armonía entre la ley y el evangelio en el artículo 12:
“Creemos que la Ley de Dios es la norma eterna e inmutable de su gobierno moral; que es santa, justa, y buena; y que la incapacidad que la Biblia atribuye a los hombres caídos para cumplir sus preceptos, proviene completamente del amor que ellos tienen al pecado: libertarlos de la cual, y restaurar en ellos por medio de un Mediador una obediencia sincera a la ley santa, es uno de los grandes fines del Evangelio, y de los Medios de Gracia conectados con el establecimiento de la iglesia visible.”
La ley es buena; nosotros no somos buenos. La ley, en nuestro estado natural, solo nos condena porque somos incapaces de obedecerla. Pero el evangelio nos libra de la condenación de la ley, y nos da el poder para obedecer la ley (no perfectamente, pero sí sinceramente). Entonces, para el creyente, la ley es una guía para la obediencia.
Por eso necesitamos el evangelio y la ley para hacer lo que Dios quiere. Sin el evangelio, estamos condenados y no tenemos el poder para hacer lo que Dios quiere. Sin la ley, no sabemos lo que Dios quiere.
Hermanos, Dios quiere que seamos verdaderos adoradores que hacen justicia. La ley nos enseña lo que es la verdadera adoración y cómo podemos hacer justicia. La ley de Dios es el estándar. Entonces, estudiemos las Escrituras para aprender cómo obedecer a Dios. ¿Qué es la adoración? ¿Qué es la justicia? No podemos dejar que nuestra propia sabiduría, o la opinión de los sociólogos, o la opinión de la mayoría, nos den la respuesta. Necesitamos preguntarnos, ¿qué dice Dios?
Hasta ahora hemos aprendido que Dios quiere que seamos verdaderos adoradores que hacen justicia, y solo podemos hacer lo que Dios quiere por medio del evangelio y la ley. Pero quisiera terminar con una última pregunta…
3. ¿Qué sucede si no hacemos lo que él quiere?
No hacer lo que Dios quiere tiene serias consecuencias. Por eso dije al comienzo de este sermón que no importa cuál es tu situación en esta mañana este sermón es para ti. No importa lo que nosotros pensamos que quiere Dios. No importa si somos indiferentes al tema. No hacer lo que Dios quiere tiene serias consecuencias.
“¡Ay de los que desean el día de Jehová! ¿Para qué queréis este día de Jehová? Será de tinieblas, y no de luz; (18) como el que huye de delante del león, y se encuentra con el oso; o como si entrare en casa y apoyare su mano en la pared, y le muerde una culebra. (19) ¿No será el día de Jehová tinieblas, y no luz; oscuridad, que no tiene resplandor?” (20) (vv. 18-20)
“¿Me ofrecisteis sacrificios y ofrendas en el desierto en cuarenta años, oh casa de Israel? (25) Antes bien, llevabais el tabernáculo de vuestro Moloc y Quiún, ídolos vuestros, la estrella de vuestros dioses que os hicisteis. (26) Os haré, pues, transportar más allá de Damasco, ha dicho Jehová, cuyo nombre es Dios de los ejércitos.” (27) (vv. 25-27)
¿Sabías que estamos ahora mismo en el día del Señor final? El ‘día del Señor final’ se inauguró con la venida del Mesías, y es un día de salvación para todo aquel que se arrepiente y cree en Cristo. Pero el día del Señor se consumará cuando Cristo vuelva, y cuando eso suceda vendrá como juicio contra todos aquellos que no creen en Cristo.
¿Qué quiere Dios? Dios quiere que seamos verdaderos adoradores que hacen justicia.