Como seres humanos, sabemos que hay formas de actuar que son apropiadas en ciertas situaciones, y otras no. Podríamos llamar estas formas apropiadas de actuar, ‘respuestas apropiadas’. Por ejemplo, imagínate que llevas semanas planeando una fiesta sorpresa para tu cónyuge. Invitas a todos sus amigos y familiares. El plan es que cuando tu cónyuge llegue a la casa, todos exclamen al mismo tiempo, “¡sorpresa!” Ahora, imagínate que tu cónyuge llega a la casa, y en lugar de actuar sorprendido/a y agradecer a todos por venir, dice en un tono serio y monótono, “Ah, hola”, y se va a su cuarto como si nada especial estuviese sucediendo. Creo que todos diríamos, “esa no es una respuesta apropiada.”
O imagínate que como padre estuvieras en un centro comercial con tus hijos pequeños y de repente no encuentras a uno de ellos. Pasan los minutos y en vez de levantarte para buscar a tu hijo perdido, vas y te pides un helado y lo comes tranquilamente. Todos estaríamos de acuerdo que esa no es una respuesta apropiada a la circunstancia de un hijo perdido. Lo apropiado es buscar por todos lados a tu hijo con mucho esmero, y si no lo encuentras informar a las autoridades para que se haga una búsqueda exhaustiva. Es más, nadie lo vería malo o inapropiado incluso que gritaras el nombre de tu hijo por todo el centro comercial, hasta encontrarlo.
Podríamos decirlo de esta manera, cada circunstancia (causa) demanda una respuesta (efecto) apropiada de nosotros. Y la circunstancia que vemos en Amós no es una excepción. Lo que vemos en Amós es que Jehová ruge como un león contra la nación de Israel, y su rugido es tan poderoso que aunque su objetivo principal es Israel, retumba también sobre todas las naciones vecinas. Y ese rugido es un anuncio de juicio.
“Dijo: Jehová rugirá desde Sion, y dará su voz desde Jerusalén, y los campos de los pastores se enlutarán, y se secará la cumbre del Carmelo.” (v. 2)
Entonces, el rugido de Jehová es el habla de Jehová en juicio, y ese rugido demanda una respuesta apropiada de nosotros.
En esta mañana quisiera mostraros dos respuestas apropiadas al rugido de Jehová: la respuesta de los profetas, y la respuesta del pueblo. Espero y oro que este sermón te ayude a responder apropiadamente al rugido de Jehová.
1. La respuesta de los profetas.
En cierto sentido podríamos decir que todo el libro de Amós es un ejemplo de la respuesta apropiada del profeta de Dios—en este caso Amós—al rugido de Jehová. Jehová revela su plan a Amós y Amós revela ese plan fielmente al pueblo de Israel. Ya vimos un resumen de ese plan en los capítulos uno y dos, en relación a las naciones vecinas y principalmente en relación a Israel. El plan de Jehová era juzgar a Israel por sus pecados sociales y adoración falsa en desobediencia a la ley de Jehová. (Violación de pacto)
A partir del capítulo tres hasta el final del capítulo seis, Jehová profundiza más en su juicio contra Israel. Muchos comentaristas concuerdan en que parece que Jehová en estos capítulos está presentando una demanda judicial en contra de Israel por causa de su violación de pacto. Jehová es el demandante, e Israel es el demandado. El motivo de la demanda es la violación de pacto de Israel. ¿Dónde vemos esto?
“Oíd esta palabra que ha hablado Jehová contra vosotros, hijos de Israel, contra toda la familia que hice subir de la tierra de Egipto. Dice así: (1) A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra; por tanto, os castigaré por todas vuestras maldades.” (2) (vv. 1-2)
Jehová, por medio de Amós, recuerda a Israel su redención y la relación especial que tenía con ellos. La relación de Jehová con Israel era una relación de pacto. Jehová les está demandando por su violación de pacto, y la condenación está por llegar.
Pero lo que quiero que observéis es que aunque Jehová es el demandante e Israel el demandado, Amós es el que representa a Jehová en este juicio. Amós es quien presenta los cargos en contra de Israel de parte de Jehová. Amós tiene un papel muy importante y al mismo tiempo muy difícil. Él tiene la tarea de darle las malas noticias a Israel, y como vamos a ver más adelante, Israel no se toma muy en serio las palabras de Amós; más bien se las toma a la ligera. Pero a pesar de todo ello, Amós responde apropiadamente al rugido de Jehová llevando a cabo fielmente su labor de profeta.
Entonces, ¿cuál es la respuesta apropiada de los profetas al rugido de Jehová? Profetizar fielmente. Y eso es exactamente lo que hizo Amós. En nuestro pasaje de hoy, él profetizó juicio sobre Israel por medio de una serie de preguntas retóricas que siguen un patrón de causa-efecto. Al avanzar con las preguntas, se hace cada vez más claro cuál es el significado de las preguntas:
– DOS PERSONAS:
“¿Andarán dos juntos [Efecto] si no estuvieren de acuerdo?” [Causa] (v. 3)
– LEÓN/PRESA:
“¿Rugirá el león en la selva [Efecto] sin haber presa? [Causa]
¿Dará el leoncillo su rugido desde su guarida [Efecto] si no apresare?” [Causa] (v. 4)
– CAZADOR/AVE:
“¿Caerá el ave en lazo sobre la tierra [Efecto] sin haber cazador? [Causa]
¿Se levantará el lazo de la tierra [Efecto] si no ha atrapado algo?” [Causa] (v. 5)
– TROMPETA/TEMOR; JEHOVÁ/CALAMIDAD:
“¿Se tocará la trompeta en la ciudad [Causa] y no se alborotará el pueblo? [Efecto]
¿Habrá algún mal en la ciudad [Efecto] el cual Jehová no haya hecho?” [Causa] (v. 6)
Amós comienza su serie de preguntas retóricas con una circunstancia muy general y poco preocupante—como la de dos personas viajando juntas por el desierto—y luego avanza al mundo animal dando la circunstancia de un león y su presa, y un ave siendo cazada. En todos estos ejemplos, muestra una relación causa-efecto. Pero luego en el versículo seis, llega al verdadero corazón del asunto. Ya la circunstancia no es general y poco preocupante, ni involucra al mundo animal, sino que es una circunstancia especifica y aterradora que involucra a la nación de Israel. La circunstancia es una trompeta sonando en la ciudad, comunicando que enemigos asedian, y el efecto real que eso tiene sobre el pueblo—temor.
Luego viene la última pregunta retórica que sella el asunto: “¿Habrá algún mal en la ciudad el cual Jehová no haya hecho?” (v. 6b) La razón que esta última pregunta retórica era tan importante era porque el pueblo de Israel estaba muy acomodado y se sentía muy seguro durante el reinado de Jeroboam II. Ellos no consideraban que Jehová estaba en contra de ellos. Ellos pensaban que Jehová siempre les iba a proteger porque eran el pueblo de Dios. Pero lo que no se daban cuenta es que ellos habían violado el pacto que Jehová había hecho con ellos, e iban a ser juzgados por su desobediencia. Entonces, la última pregunta es significativa porque demuestra que en la serie de preguntas retóricas, Jehová es el león que ruge, e Israel es la presa. Jehová es el cazador que ha puesto la trampa, e Israel es el ave que cae en la trampa. Pero no solo eso, Amós es quien toca la trompeta avisando del juicio de Dios, y Jehová y Amós son los viajeros que están en sintonía. ¿Dónde vemos esto?
“Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas. (7) Si el león ruge, ¿quién no temerá? Si habla Jehová el Señor, ¿quién no profetizará?” (8) (vv. 7-8)
Amós tenía la tarea difícil de anunciar el juicio de Dios a un pueblo que no consideraba que era merecedor del juicio de Dios. Pero a pesar de ello, Amós seguía profetizando fielmente. ¿Por qué? Porque conocía su rol y porque sabía que la única respuesta apropiada para el profeta que recibe revelación de juicio es profetizar fielmente ese juicio, responda como responda el pueblo. La respuesta apropiada del profeta al rugido de Jehová es profetizar fielmente.
Iglesia, necesitamos saber en esta mañana que se nos ha dado un ministerio profético. No, no somos profetas como Amós fue un profeta. Amós fue profeta en mayúscula, nosotros en minúscula. Amós recibió revelación directa de Dios, nosotros hemos recibido revelación divina por medio de las Escrituras. Pero aún así, somos un pueblo de profetas.
Esto se ve claramente en Hechos 2 donde la profecía de Joel se cumplió:
“Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: (16)
Y en los postreros días, dice Dios,
Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne,
Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán;
Vuestros jóvenes verán visiones,
Y vuestros ancianos soñarán sueños; (17)
Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días
Derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.” (18) (Hechos 2:16-18)
Que nosotros (la iglesia) somos profetas significa que por causa de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés todos sin distinción tenemos el privilegio de conocer a Dios directamente (sin necesidad de profetas como Amós), y tenemos la responsabilidad de dar a conocer a Dios por medio de la proclamación de la Palabra de Dios. Cada vez que proclamamos la verdad de Dios al pueblo de Dios y al mundo, estamos llevando a cabo nuestro ministerio profético. Entonces, nuestra responsabilidad profética no es la de predecir, sino la de proferir. Nosotros no recibimos revelación nueva como Amós, sino que ya tenemos la revelación de las Escrituras y la proferimos.
Y una de las realidades que se nos ha dado para dar a conocer es la realidad del juicio de Dios. Ahora, no nos quedamos en el juicio de Dios, sino que damos las buenas nuevas del evangelio también. Pero para que las buenas nuevas se entiendan como verdaderamente buenas, tenemos que dar primero las malas noticias.
Y ya sabemos cómo se tratan a los que dan malas noticias. Generalmente no son bien recibidos. Pero nosotros tenemos que tener la convicción de que la única respuesta apropiada a la revelación que Dios nos ha dado en las Escrituras es darla a conocer a otros, aun cuando lo que revelan las Escrituras son malas noticias. Como dijo Amós por revelación divina, “Si habla Jehová el Señor [en juicio], ¿quién no profetizará?” (v. 8b) Hay una clara relación causa-efecto entre la revelación recibida y la proclamación profética.
«Tenemos que tener la convicción de que la única respuesta apropiada a la revelación que Dios nos ha dado en las Escrituras es darla a conocer a otros, aun cuando lo que revelan las Escrituras son malas noticias.»
Ahora, no todos tienen el mismo grado de responsabilidad profética. Por ejemplo, creo que la Escritura es bastante clara que a los pastores se les ha dado una responsabilidad especial de alimentar al pueblo de Dios mediante la exposición de la Palabra de Dios. Esto no significa que el pastor tiene una revelación mayor que el resto de la iglesia, pero sí significa que tiene una responsabilidad mayor.
“Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación.” (Santiago 3:1)
“Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre.” (Hechos 20:28)
Pero todos tenemos la responsabilidad de dar a conocer la Palabra de Dios, incluyendo el juicio de Dios, y hay varias maneras que lo hacemos, tanto al pueblo de Dios como al mundo:
– Cuando instruimos a otros creyentes sobre las consecuencias del pecado.
– Cuando confrontamos a algún hermano con su pecado.
– Cuando participamos en la disciplina eclesiástica.
– Cuando comunicamos a un incrédulo la ley de Dios y las consecuencias de la desobediencia a su ley.
– Cuando damos a conocer a un incrédulo que Dios no aprueba de su estilo de vida.
Hermanos, todo esto es difícil, pero es nuestra responsabilidad profética. Nuestro mensaje, que contiene el juicio de Dios, no siempre será bien recibido, pero solo hay un respuesta apropiada de parte de los profetas al rugido de Jehová, y eso es profetizar fielmente. [Hemos visto la respuesta de los profetas]
2. La respuesta del pueblo.
Vemos en el versículo ocho dos respuestas apropiadas al rugido de Jehová: la respuesta de los profetas y la respuesta del pueblo:
“Si el león ruge, ¿quién no temerá? Si habla Jehová el Señor, ¿quién no profetizará?” (v. 8)
La respuesta apropiada del profeta al rugido de Jehová es profetizar fielmente (“…¿quién no profetizará?”). La respuesta apropiada del pueblo al rugido de Jehová es temer (“…¿quién no temerá…?”). Entonces, por un lado tenemos la responsabilidad de dar a conocer la Palabra de Dios, incluyendo la que contiene juicio, y por otro lado tenemos la necesidad de recibir correctamente la Palabra de Dios, incluyendo la que contiene juicio.
La audiencia original de Amós no estaba recibiendo correctamente la Palabra de Dios en juicio. No estaba respondiendo apropiadamente al rugido de Jehová. Esto lo iremos viendo más y más conforme vamos avanzando en el libro, pero con lo que hemos visto hasta ahora tenemos suficiente información para llegar a esa conclusión.
Claramente Israel no reconocía el ministerio profético de Amós:
“Mas vosotros disteis de beber vino a los nazareos, y a los profetas mandasteis diciendo: No profeticéis.” (Amós 2:12)
Claramente Israel no consideraba que calamidad podría venir contra ellos de parte de Jehová:
“…¿Habrá algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho?” (v. 6b)
Claramente Israel no consideraba que la profecía de Amós, anunciando juicio, era la voz de Jehová:
“Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas.” (v. 7)
En lugar de responder a la profecía de Amós con temor, considerando las palabras de Amós como la voz de Dios, ellos se tomaban a la ligera las palabras de Amós y le mandaban no profetizar más. Ellos no se veían como la presa del león. No se veían como el ave cazada. No se veían como la ciudad asediada. No se veían como el objeto del juicio de Dios, y por lo tanto, no temían a Dios.
Hermanos, ¿cómo respondemos nosotros a la Palabra de Dios, en especial aquella que nos confronta con nuestro pecado? ¿Nos tomamos en serio las advertencias de la Palabra de Dios acerca de persistir en pecado no arrepentido? ¿Pensamos que es imposible que el juicio de Dios podría venir sobre nosotros porque asistimos fielmente a la iglesia y sabemos dar una apariencia exterior de piedad?
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. (7) Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción…” (8) (Gálatas 6:7-8a)
Otra pregunta que necesitamos hacernos: ¿Cómo tratamos a aquellos que nos confrontan con nuestro pecado? ¿Los tratamos con aprecio sabiendo que nos confrontan con nuestro pecado por amor, o nos ponemos a la defensiva y nos resentimos con ellos?
Necesitamos recordar algo, el hermano que nos confronta con nuestro pecado, y lo hace con amor, no nos está trayendo su propia palabra, nos está trayendo la Palabra de Dios. En el momento de la confrontación, Dios está usándoles como su instrumento y debemos recibir la Palabra de Dios a través de ellos, como si Dios estuviese hablando directamente con nosotros.
«El hermano que nos confronta con nuestro pecado, y lo hace con amor, no nos está trayendo su propia palabra, nos está trayendo la Palabra de Dios.»
La respuesta apropiada de nosotros, el pueblo de Dios, al rugido de Jehová es temor. Necesitamos saber que hay juicio si persistimos en pecado no arrepentido. Necesitamos saber que Dios no puede ser burlado. Todo esto es muy serio.
Pero hermanos, hay gracia en Dios. Algo que seguro ya habéis notado es que Amós contiene mucho juicio y poca esperanza, por lo menos explícita. Pero lo que tenemos que darnos cuenta es que la palabra profética, aun cuando anuncia juicio, es una muestra de la gracia de Dios. En la palabra profética, anunciando el juicio de Dios, está implícita la oportunidad de arrepentimiento y restauración. Solo Judá e Israel tenían ese privilegio en el Antiguo Testamento porque Dios había hecho un pacto con ellos y tenía una relación especial con ellos. Nosotros como el pueblo de Dios en el Nuevo Pacto, tenemos ese privilegio también, y en mayor medida. Sabemos que se ha hecho provisión por nuestros pecados en Cristo. Sabemos que “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:9)
Entonces sí, la respuesta apropiada de nosotros al rugido de Jehová es temor, pero es un temor que nos hace correr a Cristo una y otra vez, sabiendo que solo en él hay perdón y restauración.
Quizá estás aquí en esta mañana o viéndonos por internet y no eres creyente. Necesitas saber que Dios en su gracia te está dando a ti también la oportunidad de recibir su Palabra advirtiéndote del juicio venidero.
En el tiempo de Amós esa palabra profética era solo el privilegio de Judá e Israel, con algunas excepciones. Pero algo cambió a partir de Cristo y la venida del E.S. en Pentecostés: la palabra profética—anunciando el juicio de Dios y llamando al arrepentimiento—ahora está disponible a todos los hombres.
“Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; (30) por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.” (31) (Hechos 17:30-31)
Cuando escuchas de la realidad de tu pecado y del juicio justo de Dios por ese pecado, debes temer. El temor es la respuesta apropiada al rugido de Jehová. Si no temes hoy, temerás mañana. Pero tarde o temprano tendrás que enfrentarte con la realidad del juicio de Dios si te empeñas en rechazar la Palabra de Dios.
«El temor es la respuesta apropiada al rugido de Jehová.»
Pero si respondes apropiadamente al rugido de Jehová y temes, no tienes que quedarte ahí. Porque la Palabra de Dios no solo anuncia juicio. La Palabra de Dios anuncia salvación, y esa salvación es solo posible por medio de la obra de Cristo. Si vienes a Cristo en arrepentimiento y fe, tendrás el perdón de pecados, recibirás el Espíritu Santo de Dios, y serás librado de la ira venidera.
“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. (38) Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.” (39) (Hechos 2:38-39)
Amigos, el rugido de Jehová demanda una respuesta apropiada de nosotros. La respuesta apropiada del profeta al rugido de Jehová es profetizar fielmente (“Si habla Jehová el Señor, ¿quién no profetizará?” – v. 8b). La respuesta apropiada del pueblo al rugido de Jehová es temer (“Si el león ruge, ¿quién no temerá?” – v. 8a). Pero el temor nos lleva a la conversión (arrepentimiento/fe), y la conversión nos hace participes de todo lo que Cristo hizo para salvarnos. ¿Cómo responderás en esta mañana?