Un pueblo diferente

Amós 2:4-16

La princesa Leonor ha estado en boca de todos recientemente por haber llegado a la mayoría de edad y por haber jurado lealtad a la Constitución española en presencia de Sus Majestades los Reyes. Este acto es significativo porque, en palabras de Eloy García experto en Derecho constitucional, “da cumplimiento a un precepto constitucional de manera que se convierte oficial y legítimamente en la heredera de la Corona”.

El día de su juramentación la princesa Leonor recibió de manos de su padre, el Rey Felipe VI, el collar de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III. Esta condecoración está reservada a un grupo muy selecto de personas, entre ellos los miembros de la Familia Real Española. 

Lo que es claro es que la princesa Leonor no puede vivir una vida igual que los demás ciudadanos españoles porque algo la distingue de la gran mayoría de ellos, y es que ella es realeza. Lo que la distingue, la hace diferente a los demás. Es por eso que esperamos más de ella de lo que esperaríamos de cualquier otra señorita de su edad. 

En su jura dijo lo siguiente: “Me comprometo con nuestros principios democráticos y con nuestros valores constitucionales, que asumo plenamente. Les pido que confíen en mí, como yo tengo puesta toda mi confianza en nuestro futuro.” Claramente la princesa Leonor entiende algo que todos deberíamos entender en esta mañana, y es que lo que nos distingue, nos hace diferentes.

Esa frase podría parecer obvia, pero en el tiempo de Amós, había un par de naciones que no entendían la verdad de esa oración, porque aunque habían sido bendecidas grandemente y particularmente por Dios, no vivían de forma diferente a las naciones vecinas que no habían recibido las mismas bendiciones. El Señor por medio del profeta Amós tiene unas palabras muy severas de juicio contra estas naciones, en especial contra la nación de Israel.

Y lo que quiero que aprendamos de nuestro pasaje de hoy es que aunque lo que distinguía a Judá e Israel no les hizo diferentes a las naciones vecinas—aunque debería haberles hecho diferentes—lo que nos distingue a nosotros del  mundo sí nos hace diferentes. Y si no nos hace diferentes, es claro que no somos verdaderos cristianos. No hemos nacido de nuevo. No pertenecemos al pueblo de Dios. ¿Por qué? Porque lo que nos distingue, nos hace diferentes.

1. ¿Qué es lo que nos distingue del mundo?

Antes de mirar lo que nos distingue a nosotros del mundo, quiero que veamos lo que distinguía a Judá e Israel de las naciones vecinas. Si os acordáis, el domingo pasado vimos que aunque la profecía de Amós estaba dirigida principalmente hacia Israel, sorprendentemente el libro comienza con palabras de juicio (u oráculos) contra las naciones vecinas a Israel. (El rugido de Jehová)

Pero las palabras de juicio no terminan con los oráculos contra las naciones que vimos el domingo pasado, sino que continúan, como flechas lanzadas por un arquero que aterrizan por todo el círculo de la diana hasta llegar al objetivo principal—el centro. Y en este caso el centro es Israel.

Pero antes de llegar a Israel, Jehová, por medio de Amós, proclama juicio contra Judá. La razón que reservé el juicio contra Judá para este sermón es porque aunque había diferencias entre Judá e Israel en el tiempo de Amós, ambas naciones habían recibido las mismas bendiciones, y ambas naciones habían sido antes una nación. Veamos el juicio contra Judá:

“Así ha dicho Jehová: Por tres pecados de Judá, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque menospreciaron la ley de Jehová, y no guardaron sus ordenanzas, y les hicieron errar sus mentiras, en pos de las cuales anduvieron sus padres. (4) Prenderé, por tanto, fuego en Judá, el cual consumirá los palacios de Jerusalén.” (5) (vv. 4-5)

El juicio contra Judá sigue el mismo patrón de los juicios contra las naciones vecinas. Comienza con una declaración de juicio, luego la razón del juicio, y por último la descripción de cómo será el juicio. Pero lo que quiero que observéis es lo que distinguía a Judá de las otras naciones. Judá había recibido la ley de Jehová (“…porque menospreciaron la ley de Jehová…” – v. 4b). En otras palabras, Judá había recibido una revelación mayor acerca de Dios que las naciones vecinas. Y la razón que Judá había recibido esta revelación especial es porque Judá era parte del pueblo de Dios. Jehová había entrado en una relación de pacto con ella. 

Muy bien, pues ahora Jehová por medio de Amós se dirige a su objetivo principal—Israel. Y la razón que sabemos que Israel es su objetivo principal es porque es el último oráculo, y también porque es diferente a los oráculos contra las naciones, incluyendo Judá. Los juicios que hemos visto hasta ahora son de dos o tres versículos, pero el juicio contra Israel es de once versículos:

“Así ha dicho Jehová: Por tres pecados de Israel, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque vendieron por dinero al justo, y al pobre por un par de zapatos. (6) Pisotean en el polvo de la tierra las cabezas de los desvalidos, y tuercen el camino de los humildes; y el hijo y su padre se llegan a la misma joven, profanando mi santo nombre. (7) Sobre las ropas empeñadas se acuestan junto a cualquier altar; y el vino de los multados beben en la casa de sus dioses. (8)

Yo destruí delante de ellos al amorreo, cuya altura era como la altura de los cedros, y fuerte como una encina; y destruí su fruto arriba y sus raíces abajo. (9) Y a vosotros os hice subir de la tierra de Egipto, y os conduje por el desierto cuarenta años, para que entraseis en posesión de la tierra del amorreo. (10) Y levanté de vuestros hijos para profetas, y de vuestros jóvenes para que fuesen nazareos. ¿No es esto así, dice Jehová, hijos de Israel? (11)

Mas vosotros disteis de beber vino a los nazareos, y a los profetas mandasteis diciendo: No profeticéis. (12) Pues he aquí, yo os apretaré en vuestro lugar, como se aprieta el carro lleno de gavillas; (13) y el ligero no podrá huir, y al fuerte no le ayudará su fuerza, ni el valiente librará su vida. (14) El que maneja el arco no resistirá, ni escapará el ligero de pies, ni el que cabalga en caballo salvará su vida. (15) El esforzado de entre los valientes huirá desnudo aquel día, dice Jehová.” (16) (vv. 6-16)

Más adelante vamos a enfocarnos en los pecados de Israel, pero lo que quiero que observéis ahora es lo que distinguía a Israel. Esto lo vemos en los versículos 9-11:

“Yo destruí delante de ellos al amorreo, cuya altura era como la altura de los cedros, y fuerte como una encina; y destruí su fruto arriba y sus raíces abajo. (9) Y a vosotros os hice subir de la tierra de Egipto, y os conduje por el desierto cuarenta años, para que entraseis en posesión de la tierra del amorreo. (10) Y levanté de vuestros hijos para profetas, y de vuestros jóvenes para que fuesen nazareos. ¿No es esto así, dice Jehová, hijos de Israel?” (11) (vv. 9-11)

Podríamos resumir lo que distinguía a Israel con tres palabras: Redención, Revelación, y Consagración.

Israel había sido REDIMIDA por Dios. Jehová había librado a Israel de la esclavitud en Egipto y había apartado a Israel para ser posesión suya, para ser su pueblo. Y no solo eso, le había dado una tierra.

Israel tenía REVELACIÓN especial de parte de Dios. Dice, “Y levanté de vuestros hijos para profetas…” (v. 11a). Esto significa que Israel tenía el privilegio de conocer a Dios y su voluntad como ninguna otra nación.

Israel estaba CONSAGRADA a Dios. El pueblo de Israel tenía el privilegio de servir a Jehová y dedicar sus vidas a él—aquel que los había redimido y hecho pueblo suyo. Había algunos del pueblo que amaban tanto a Dios que hacían un voto especial de consagración a Jehová, llamado el voto nazareo (Núm. 6:1-11).  Por eso dice Amós, “Y levanté de…vuestros jóvenes para que fuesen nazareos.” (v. 11b) El hecho de que había nazareos en medio del pueblo, daba fe de la consagración del pueblo de Israel. 

Hermanos, Judá e Israel habían sido grandemente bendecidos por Dios. Lo que les distinguía del resto de las naciones, era una muestra de la gracia de Dios hacia ellos. Pero hermanos, en esta mañana, quiero que seáis conscientes de lo que nos distingue a nosotros como el pueblo de Dios. Y lo que nos distingue a nosotros, no solo nos distingue del mundo, sino también nos distingue de Judá e Israel. En Cristo hemos recibido, en las palabras de Juan, “gracia sobre gracia.” Con eso en mente, ¿qué es lo que nos distingue del mundo?

• Redención

Hermanos, nosotros hemos sido redimidos por Dios, y nuestra redención es mayor que la redención que experimentó Israel en el Antiguo Pacto. Jehová redimió a Israel de la esclavitud en Egipto. Cristo nos ha redimido de la esclavitud y de la condenación del pecado y nos ha comprado con su sangre. En Cristo tenemos como herencia, todo lo que le pertenece a Cristo. Somos coherederos con él.

“con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; (12) el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, (13) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.” (14) (Colosenses 1:12-14)

• Revelación

Pero no solo tenemos una redención mayor, sino también una revelación mayor. La revelación que tenemos por medio de Cristo es mayor que la que tuvo el pueblo de Dios en el Antiguo Pacto porque la revelación de Cristo es la auto-revelación de Dios. La revelación de Cristo no reemplaza la revelación del Antiguo Testamento, sino que la completa y muestra su cumplimiento. Lo podríamos decir de esta manera: nosotros sabemos más acerca de Dios que todos los santos del AT, y esto solo por causa de la encarnación de Cristo:

“Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.” (Juan 1:17)

“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, (10) escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. (11) A estos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles.” (12) (1 Pedro 1:10-12)

• Consagración

No solo tenemos una redención y revelación mayor en Cristo, sino que también tenemos una consagración mayor. La Biblia nos enseña que nosotros, la iglesia, somos el templo de Dios. Y somos el templo de Dios en virtud de nuestra unión con Cristo. Y como tal, ofrecemos sacrificios aceptables a Dios, por medio de Jesucristo. A diferencia de Israel en el AT—donde algunos hacían el voto nazareo—en la iglesia, todos somos nazareos. En otras palabras, todos estamos completamente consagrados a Dios. Y esto voluntariamente, porque Dios ha transformado nuestros corazones.

“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. (1) No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (2) (Romanos 12:1-2)

Hermanos, nosotros, la iglesia, hemos recibido bendiciones mayores que las del pueblo de Dios en el Antiguo Pacto. Nosotros tenemos una redención, una revelación, y una consagración mayor que ellos. ¿¡Nos damos cuenta que tenemos todo lo que necesitamos para ser un pueblo realmente diferente por causa de la obra de Cristo!? [1. ¿Qué es lo que nos distingue del mundo?]

«Nosotros tenemos una redención, una revelación, y una consagración mayor que ellos.»

2. ¿Qué produce en nosotros? (Obediencia)

Lo que nos distingue (Redención, Revelación, Consagración) produce en nosotros el fruto de obediencia a Dios. En otras palabras, nos hace diferentes. Por lo menos eso es lo que debería suceder, pero en el caso de Judá e Israel no fue así. Por eso Jehová estaba tan airado con ellos. No solo por sus pecados, sino porque ellos habían recibido tanto de parte de Dios, y a pesar de ello, vivían y actuaban igual que las naciones vecinas. En lugar de reflejar la gloria de Dios a las naciones, estaban profanando el nombre de Jehová delante de las naciones. ¿Y de qué manera?

“…porque menospreciaron la ley de Jehová, y no guardaron sus ordenanzas, y les hicieron errar sus mentiras, en pos de las cuales anduvieron sus padres.” (v. 4b)

El gran pecado de Judá fue el de menospreciar la ley de Jehová, que les había sido revelada tan claramente. Y lo que les hizo errar fueron “sus mentiras” o dioses falsos. En otras palabras, ellos eligieron escuchar el consejo de sus dioses falsos antes que el consejo del Dios verdadero que los había redimido y consagrado para ser un pueblo suyo. Ahora, cuando dice que “les hicieron errar sus dioses falsos”, eso no significa que esos dioses falsos eran verdaderos, sino que quienes estaban detrás de sus dioses falsos les hicieron errar. ¿Y quienes estaban detrás? Demonios, como enseñó Pablo en 1 Corintios 10:20. Entonces, Judá repitió el mismo pecado de Eva, escuchar a Satanás antes que a Dios. 

¿Y no es así como pecamos nosotros también? Escuchamos el consejo de demonios, del mundo, o de nuestro propio corazón, antes que lo que Dios ha revelado claramente en las escrituras. Cuando pecamos, no solo desobedecemos a Dios, sino que también comunicamos en ese momento de desobediencia que hay algo mejor que la ley de Jehová para guiar nuestras vidas. Al igual que Judá, menospreciamos la Palabra de Dios (y hay que tener algo en primer lugar para menospreciarlo). ¿Podemos pensar en una soberbia mayor que pensar que lo que Dios dice no es lo mejor para nosotros? ¿Que de alguna manera fuera de él hay mejor consejo y dirección? ¡Qué el Señor nos libre de semejante soberbia! ¿Y cómo pecó Israel?

“Así ha dicho Jehová: Por tres pecados de Israel, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque vendieron por dinero al justo, y al pobre por un par de zapatos. (6) Pisotean en el polvo de la tierra las cabezas de los desvalidos, y tuercen el camino de los humildes; y el hijo y su padre se llegan a la misma joven, profanando mi santo nombre. (7) Sobre las ropas empeñadas se acuestan junto a cualquier altar; y el vino de los multados beben en la casa de sus dioses.” (8) (vv. 6-8)

Israel era culpable de una combinación de pecados sociales y de adoración falsa a Dios. Cuando dice que “…vendieron por dinero al justo, y al pobre por un par de zapatos” (v. 6b) seguramente se refiere a la práctica de vender a personas que tenían deudas que no podían pagar a la esclavitud a fin de recibir un precio. Esta práctica estaba claramente prohibida por la ley:

“Y cuando tu hermano empobreciere, estando contigo, y se vendiere a ti, no le harás servir como esclavo. (39) Como criado, como extranjero estará contigo; hasta el año del jubileo te servirá. (40) Entonces saldrá libre de tu casa; él y sus hijos consigo, y volverá a su familia, y a la posesión de sus padres se restituirá. (41) Porque son mis siervos, los cuales saqué yo de la tierra de Egipto; no serán vendidos a manera de esclavos.” (42) (Levítico 25:39-42)

Cuando dice que “pisotean en el polvo de la tierra las cabezas de los desvalidos, y tuercen el camino de los humildes” (v. 7a) se refiere a la injusticia en contra de los pobres y menos poderosos en el contexto judicial.

“No tuerzas el derecho; no hagas acepción de personas, ni tomes soborno; porque el soborno ciega los ojos de los sabios, y pervierte las palabras de los justos.” (Deuteronomio 16:19)

Luego dice, “el hijo y su padre se llegan a la misma joven, profanando mi santo nombre.” (v. 7b) Esto claramente era inmoralidad sexual que violaba el séptimo mandamiento, y también las leyes de incesto.

Cuando dice, “Sobre las ropas empeñadas se acuestan junto a cualquier altar; y el vino de los multados beben…” (v. 8a) seguramente se refiere a la práctica de los líderes malvados de participar en orgías y borracheras. Lo que hacía de esta práctica tan perversa es que llevaban a cabo estos actos sobre las mantas que habían tomado de los pobres y con el dinero que habían robado con multas injustas. Lo peor de todo es que hacían todo esto “junto a cualquier altar” y “…en la casa de su dioses.” (v. 8b, c) En otras palabras, ellos llevaban a cabo sus actos de inmoralidad sexual y sus borracheras como parte de su culto religioso. La RV dice, “en la casa de sus dioses,” pero su puede traducir, “en la casa de su dios.” Parece ser que ellos pensaban que estaban adorando al Dios verdadero cuando en realidad su adoración no era acepta por Dios, porque no era a la manera de Dios y era incongruente con sus vidas.

Amigo, es posible pensar que estás adorando a Dios, pero no estar adorando realmente a Dios. No podemos vivir como paganos, y luego adorar como cristianos. 

También necesitamos saber que hay una correlación directa entre nuestra adoración a Dios y nuestro trato hacia otros. Si nuestra adoración es falsa, nuestro trato hacia nuestro prójimo será pecaminoso/malvado. Si nuestra adoración es verdadera, nuestro trato hacia nuestro prójimo será un fiel reflejo de nuestra devoción a Dios. Por eso el primer mandamiento es amor a Dios, y el segundo—amor al prójimo—es semejante. El segundo fluye del primero.

«No podemos vivir como paganos, y luego adorar como cristianos.» 

Entonces, lo que distinguía a Judá e Israel (Redención, Revelación, Consagración), no produjo el fruto de obediencia en sus vidas. No los hizo diferentes a las naciones vecinas. Y Dios estaba airado contra ellos por eso y los juzgaría. Lo que distinguía a Judá e Israel debería haberles hechos diferentes, pero no fue así:

“Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de ella. (5) Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta. (6) Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? (7) Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros?” (8) (Deuteronomio 4:5-8)

A pesar de todas estas bendiciones, Judá e Israel no obedecieron a Dios. No reflejaron la gloria de Dios a todas las naciones. Pero amigos, nada de esto pilló a Dios de sorpresa. Dios sabía que su pueblo necesitaría una redención, revelación, y consagración mayor. Y cuando esa redención, revelación y consagración mayor llegara, su pueblo realmente sería un pueblo diferente.

“He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. (31) No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. (32) Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. (33) Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.” (34) (Jeremías 31:31-34)

Hermanos, el nuevo pacto fue inaugurado por Cristo en su muerte y resurrección, y ahora nosotros, la comunidad del nuevo pacto, tenemos todo lo que necesitamos para obedecer a Dios realmente; para ser diferentes:

“aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, (13) quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.” (14) (Tito 2:13-14)

[1. ¿Qué es lo que nos distingue del mundo? 2. ¿Qué produce en nosotros? (Obediencia)]

3. ¿Qué sucede si no somos obedientes?

En Cristo, lo que nos distingue, nos hace diferentes. ¿Pero qué sucede si no somos diferentes; si no somos obedientes a Dios? Aquí es importante distinguir entre pecar, y pecar de forma persistente, y sin arrepentimiento. Sabemos que como creyentes, aunque hemos recibido una nueva naturaleza cuando nacimos de nuevo, todavía pecamos, y estamos en un proceso de santificación. Vamos a pecar, y cuando pecamos, nos arrepentimos y confesamos nuestros pecados. Miramos a Cristo, confiando en él y solo en él, para nuestra justificación y santificación. 

¿Pero qué pasa si pecamos de forma persistente, sin arrepentimiento?

• Nada nos diferencia del mundo.

No nos engañemos, si no hay fruto de obediencia en nuestras vidas, no hay diferencia alguna entre nosotros y el mundo. No hemos sido redimidos, y no conocemos realmente a Dios.

• Nuestra culpabilidad es mayor.

Todo el que peca en contra de Dios, es culpable ante Dios, pero no todos tienen el mismo grado de culpabilidad. La Biblia es muy clara en que la culpa será mayor en el día del juicio para los que han recibido mayor revelación y más oportunidades.

• Nuestra condenación es segura.

El que persiste en su pecado, sin arrepentimiento, profesando ser de Cristo, no es que pierde su salvación, sino que demuestra que nunca fue salvo en primer lugar. Si el que no profesa ser de Cristo está bajo la condenación de Dios por su pecado, ¡cuanto más el que profesa ser de Cristo, y vive exactamente como el mundo! 

Hazte algunas preguntas, para asesorar tu estado espiritual en esta mañana: ¿Cómo recibo la Palabra de Dios? ¿Cómo trato a mis hermanos en Cristo? Cómo respondemos a esas preguntas demostrará si somos o no de Cristo.

“Mas vosotros disteis de beber vino a los nazareos, y a los profetas mandasteis diciendo: No profeticéis.” (v. 12)

Lo que nos distingue, nos hace diferentes

Hermanos, aunque hemos recibido bendiciones mayores, somos prontos a olvidarnos. Necesitamos recordar constantemente nuestra redención, revelación y consagración mayor. Y hay muchas maneras de recordar. Una es leyendo, meditando, y memorizando las Escrituras. Otra es orando, repasando todo lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo. Otra es adorando a Dios cuando la iglesia se congrega. Otra es pasando tiempo intencional con otros hermanos en Cristo para edificación mutua. Aunque tenemos todo lo que necesitamos para ser diferentes, necesitamos recordar de dónde vienen esas bendiciones y cuál es el verdadero poder para la vida cristiana.

«No nos engañemos, si no hay fruto de obediencia en nuestras vidas, no hay diferencia alguna entre nosotros y el mundo.»

Quizá estás aquí, o viendo este sermón por internet, y no eres creyente. Si esa es tu condición en esta mañana, necesitas saber un par de verdades a la luz de lo que hemos aprendido de Amós 2:

– Dios no hace acepción de personas. Al igual que Jehová juzgó a las naciones y a sus líderes—que no habían entrado en una relación de pacto con él, ni tenían su ley por revelación especial—por su desobediencia a la ley, él también haría lo mismo con Judá e Israel—con quienes había entrado en una relación de pacto, y quienes tenían su ley—por su desobediencia a esa ley. Lo que condena a todos los hombres es su desobediencia a la ley. (Romanos 3:5-11)

– La culpabilidad es mayor para el que tiene mayor revelación. (Mateo 11:20-24) Y no hay mayor revelación que Cristo (Juan 1:18; Hebreos 1:1-2a). Si rechazas a Cristo, no te queda otro recurso. Tu condenación es segura. Tu pecado es suficiente para condenarte ante Dios y dejarte sin excusa, pero el rechazo a Cristo hace que tu culpabilidad sea aún mayor. ¡No rechaces a Cristo!

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